Por Leticia Lucero López
Desde el surgimiento de
los grupos antivacuna en 1998, tras el estudio fraudulento publicado en The
Lancet que afirmaba que las vacunas producen autismo, el revuelo ha estado
servido. Numerosos temores relacionados con la integridad física y mental tras
su administración suelen surgirle al público en general y, en mayor medida, a los
padres de niños en procesos de vacunación.
Vamos a despejar ciertas
dudas al respecto explicando brevemente el proceso natural de la respuesta
inmune. Tras una primera exposición a un organismo patógeno concreto, se genera
una respuesta lenta en la que se forma un arsenal de armas que nos defiende de
la enfermedad y, también, nos defenderá en caso de que este mismo patógeno volviese
a entrar al organismo en una segunda ocasión. Esto es lo que se denomina memoria
inmunológica.
Esta memoria es la base de
las vacunas, pues el empleo de fragmentos de organismos infecciosos en ellas estimula
a nuestro sistema inmune, haciendo que la primera respuesta se produzca sin
padecer la enfermedad. De este modo, una exposición posterior al patógeno no
produciría el padecimiento de dicha enfermedad o, de padecerse, la carga de
patógeno en el organismo sería mucho menor. Gracias a este principio, la viruela ha podido ser erradicada, y la
poliomielitis está en vías de serlo también, con un 99% de reducción en el
número de afectados según datos de la OMS. Además, la tasa de mortalidad
poblacional producida por otras enfermedades infecciosas ha sido drásticamente
reducida gracias al empleo de las vacunas.
“Y acaso, ¿podría dar
algún tipo de reacción anormal una vacuna?” Lo cierto es que sí; no obstante, es
altamente infrecuente; se estima que este tipo de respuestas, mucho menos
graves que la enfermedad en sí, ocurren en 1 de cada 1000 casos, un número bastante
reducido si es comparado con la cifra de muertes que se producirían si
dejáramos de vacunarnos.
Además, los grupos de
antivacunas defienden su punto de vista alegando que aun no suministrándole la
vacuna a una persona, esta tiene pocas probabilidades de contraer la
enfermedad; ¡y
están en lo cierto! Sin embargo lo que no te cuentan es que esto se debe a que la mayor parte de la población está vacunada
y, por tanto, no hay cabida para la difusión de infecciones. Aun con esto, una
persona sin vacunar tiene más probabilidades de contraer ciertas enfermedades que
la que ha sido inmunizada con vacunas, pudiéndole llevar a complicaciones según
la enfermedad, y en algunas ocasiones, a la muerte.
Algunos también podrían
llegar a decir cosas como: “Pero, hay demasiadas vacunas, y ponerse tantas no
puede ser bueno para el organismo”. Lo cierto es que hay “demasiadas pocas”.
Actualmente solo existen 25 vacunas,
y cada una nos protege frente a un único tipo de microorganismo; un número
insignificante frente a los cientos de patógenos a los que podemos llegar a
exponernos y que representan una alta tasa de mortalidad en la actualidad, como
es el caso del virus del ébola.
Por todo esto, es
importante concienciarnos bien de los pros y los contras reales del empleo de estos
medicamentos y no dejar que nadie nos lave el cerebro, ya que en muchas
ocasiones la información termina siendo tergiversada por fuentes completamente
ajenas a la ciencia y a la ética, que únicamente se mueven con un ánimo
lucrativo. Seamos críticos y contrastemos datos.
Basado
en la charla impartida por la Dra. Margarita Del Val, CBMSO (CSIC), en la
Semana de la Ciencia 2016, “¿Y por qué me tengo que vacunar?”.