Por Patricia L. García Fernández
Cuando
decimos que la vida tiene sus momentos dulces y sus momentos amargos, no nos
cabe la menor duda de que los dulces son los buenos y los amargos los momentos malos
o tristes. Esta correlación, que nos parece muy obvia, tiene una base evolutiva
muy antigua y depende enteramente de la lengua. La
lengua, como ya sabréis, es el órgano que detecta los sabores: Dulce, Salado, Amargo, Ácido y, uno
que quizás no os suene tanto, el Umami. De
la detección de estos sabores se encargan las papilas gustativas
que, al contrario de lo que se pensaba, no se encuentran detectando cada sabor
en una región concreta. En realidad, están
distribuidas por toda la lengua, el paladar e incluso la faringe, siendo
errónea la imagen que seguro os es familiar (Fig. 1). Cada sabor depende de una papila gustativa concreta, capaz de detectar las moléculas que lo producen. Para el sabor dulce, por ejemplo, se produce la detección de carbohidratos como el azúcar.
Fig.1
Distribución errónea de las papilas gustativas en la lengua
La
ingesta de alimentos dulces produce la liberación inmediata de serotonina, la
hormona del placer, de ahí que digamos que el mejor sustituto del sexo es el
chocolate.
Sin embargo, mientras que el
sabor dulce nos es placentero, el sabor amargo nos hace rechazar la comida.
Esto tiene una función protectora ya que muchas toxinas mortales son alcaloides que producen un sabor amargo
muy intenso. De
hecho, el sabor amargo nos protege, aún
sin notarlo. Hay muchas bacterias que secretan moléculas amargas y que son
detectadas por las papilas gustativas que se encuentran en la faringe; sin
embargo, no nos dan mal sabor, sino que provocan un acto reflejo. Esta
detección hace que se muevan los pelitos de la faringe y nos provoca el
estornudo para evitar la posible infección.
Algunos sabores, además, se pueden
alterar, modificar o bloquear. Es el caso por
ejemplo del sabor dulce. Sus receptores están adaptados para reconocer un
sinfín de moléculas dulces; por ello es fácil bloquearlos con una molécula que
encaje pero que no produzca el dulzor esperado. Si no me creéis, probad a comer
una naranja tras lavaros los dientes.
Con
el placer de la serotonina, la saciedad de la comida, y el sabor umami que
ensalza el sabor de los alimentos para que todo nos parezca más delicioso, no
es de extrañar que la gula sea uno de
los pecados capitales.
Así que… Bon Appétit! |
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