martes, 10 de octubre de 2017

Fósiles vivientes: los “zombies” de la biología.

Por Irene Aranda Pardos

Puede que, como a mí, el término fósil viviente te haya hecho pensar en esos zombies, o muertos vivientes, que hoy en día son tan habituales en películas o series de impacto. Lo que puede que no sepas es que este término se puede aplicar a una gran cantidad de organismos vivos que coexisten con nosotros en la tierra, y cuyo nombre, fósil viviente, es cuando menos intrigante.
Pero definamos primero el término. Un fósil viviente se refiere a todo organismo vivo, no extinto, que es muy parecido a especies que fueron en principio identificadas a través de registros fósiles. Dichos parientes extintos muy lejanos en el tiempo eran más abundantes y diversos; sin embargo, no ha habido mucho cambio evolutivo, por lo que cuentan con rasgos primitivos; de ahí el apelativo fósil viviente, que se trata de un término coloquial, no científico, pero ampliamente utilizado.
Su existencia nos lleva a pensar en la Teoría de la Evolución de Darwin, según la cual todas las especies tienen un origen y una evolución gracias a la adaptación a un ambiente que cambia lentamente, mediante un mecanismo conocido como selección natural. Esto puede crear la idea preconcebida de que aquellas especies originales hayan sido desplazadas por las actuales y quedar extinguidas. El propio Darwin acuñó el término de “…fósiles vivientes que han perdurado hasta nuestros días”, pensando que organismos como ornitorrincos y peces pulmonados habían estado simplemente sujetos a una menor presión competitiva y evolutiva.
Pero, ¿es esto una explicación útil? Algunos de sus opositores argumentan que con dicho nombre se desprestigia a los organismos que describe, quitando importancia a su existencia, capacidad de supervivencia, belleza y complejidad.
No podemos acabar esta entrada sin poner algunos ejemplos de dichos organismos: los peces celacantos, el cangrejo cacerola, el tiburón anguila, o las secuoyas, si entramos también en el mundo vegetal. Sin embargo, y a pesar de que la lista podría continuar, termino con una imagen del que, para mí, es el más maravilloso de todos: el Nautilus, una subclase de cefalópodos no tan conocidos como sus parientes, el calamar o la sepia, pero realmente fascinantes. Estos organismos conservan la concha externa, espiral y nacarada en su interior, donde cuentan con un sistema de cámaras que roza casi la perfección. Con dicho sistema controlan su flotabilidad mediante el llenado de las cámaras con aire o agua, dejando claro que no debemos confundirnos respecto a su simplicidad.


¿Quién sabe? Quizá Julio Verne también se planteó todo esto mientras escribía las aventuras del Capitán Nemo en su submarino Nautilus.

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