Por Irene Aranda Pardos
Puede
que, como a mí, el término fósil viviente te haya hecho pensar en esos
zombies, o muertos vivientes, que hoy en día son tan habituales en películas o
series de impacto. Lo que puede que no sepas es que este término se puede
aplicar a una gran cantidad de organismos vivos que coexisten con nosotros en
la tierra, y cuyo nombre, fósil viviente,
es cuando menos intrigante.
Pero
definamos primero el término. Un fósil viviente se refiere a todo
organismo vivo, no extinto, que es muy parecido a especies que fueron en principio
identificadas a través de registros fósiles. Dichos parientes extintos muy
lejanos en el tiempo eran más abundantes y diversos; sin embargo, no ha habido
mucho cambio evolutivo, por lo que cuentan con rasgos primitivos; de ahí el
apelativo fósil viviente, que se trata de un término coloquial, no científico,
pero ampliamente utilizado.
Su
existencia nos lleva a pensar en la Teoría de la Evolución de Darwin,
según la cual todas las especies tienen un origen y una evolución gracias a la
adaptación a un ambiente que cambia lentamente, mediante un mecanismo conocido
como selección natural. Esto puede crear la idea preconcebida de que aquellas
especies originales hayan sido desplazadas por las actuales y quedar extinguidas.
El propio Darwin acuñó el término de “…fósiles vivientes que han perdurado
hasta nuestros días”, pensando que organismos como ornitorrincos y peces
pulmonados habían estado simplemente sujetos a una menor presión competitiva y
evolutiva.
Pero,
¿es esto una explicación útil? Algunos de sus opositores argumentan que
con dicho nombre se desprestigia a los organismos que describe, quitando
importancia a su existencia, capacidad de supervivencia, belleza y complejidad.
No
podemos acabar esta entrada sin poner algunos ejemplos de dichos organismos:
los peces celacantos, el
cangrejo cacerola, el tiburón anguila, o las secuoyas, si entramos también en el mundo vegetal. Sin embargo, y
a pesar de que la lista podría continuar, termino con una imagen del que, para
mí, es el más maravilloso de todos: el Nautilus, una subclase de
cefalópodos no tan conocidos como sus parientes, el calamar o la sepia, pero
realmente fascinantes. Estos organismos conservan la concha externa, espiral y
nacarada en su interior, donde cuentan con un sistema de cámaras que roza casi
la perfección. Con dicho sistema controlan su flotabilidad mediante el llenado
de las cámaras con aire o agua, dejando claro que no debemos confundirnos
respecto a su simplicidad.
¿Quién
sabe? Quizá Julio Verne también se planteó todo esto mientras escribía las
aventuras del Capitán Nemo en su submarino Nautilus.
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