miércoles, 12 de julio de 2017

Entre nosotros hay química (literalmente).

Por Irene Tomico

“En el amor hay siempre algo de locura, pero también hay siempre en la locura algo de razón.”  -Friedrich Nietzsche

La palabra amor tiene 14 acepciones en el Diccionario de la Lengua Española (RAE). Se han escrito miles de poemas y libros a lo largo de la historia sobre él, de autores tan brillantes como Bécquer, Lope de Vega, Shakespeare, Pablo Neruda, Hermann Hesse, Lorca, Cernuda, Ortega y Gasset… Vemos sus muestras a diario en la calle, en la televisión y en el cine. Su estudio se aborda desde áreas tan diversas como la psicología, la filosofía, la literatura, pero... ¿se puede hacer una aproximación científica a algo tan, a priori, irracional como el amor? Diversos investigadores se han hecho esta pregunta y los resultados de sus estudios apuntan a que la respuesta es sí: el amor es, en parte, una producción de determinadas sustancias químicas en nuestro organismo y una activación de determinadas conexiones neuronales en nuestro cerebro. Cuando nos enamoramos, se activan áreas cerebrales muy concretas, que forman parte del sistema de recompensa del cerebro, produciendo fuertes emociones de placer y euforia. Así, se generan una serie de moléculas que juegan su papel en las distintas fases del enamoramiento.

Imagen: http://diario.latercera.com

Existe una primera fase o fase de lujuria, impulsada por las hormonas sexuales, la testosterona y los estrógenos. Durante la segunda fase, la de atracción, se está liberando la dopamina, que causa una gran sensación de placer, la norepinefrina, que produce euforia y es la responsable del aumento del ritmo cardiaco, sudoración y rubor cuando estamos con el ser amado, la serotonina, que produce felicidad, y la feniletilamina, que aumenta la actividad física y la lucidez. Esta última pertenece a la familia de las anfetaminas, por lo que es altamente adictiva y produce unos efectos parecidos a los que padecen las personas adictas a ciertas drogas. El efecto de este potente cóctel de sustancias dura apenas 2 años, ya que nuestros receptores de acostumbran a ellas. Pero en este momento entran en juego otras sustancias, relacionadas con la tercera fase, llamada de apego, que proporcionan sensación de calma y seguridad. Entre ellas destacan, la oxitocina, que genera una unión especial (también es secretada en el parto, vinculando a madre e hijo), la vasopresina, que estimula la monogamia, y las endorfinas, que producen sensación de bienestar. Estas cascadas de hormonas y otras sustancias hacen que experimentemos los síntomas tan habituales del enamoramiento: aumento del ritmo cardíaco, felicidad, falta de apetito, euforia, ganas de estar con esa persona especial, seguridad y bienestar.
Así, podríamos decir que la química y la neurofisiología rigen en cierta medida nuestra vida amorosa y que cuando alguien nos pregunte si hay química entre nosotros, sabremos responder.

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