Por Elena Rosa Núñez
A
veces solamente tememos a aquellas enfermedades grandilocuentes, como el
cáncer, la enfermedad de Alzheimer o la de Parkinson. Y, por ello, dejamos
olvidadas a muchas otras, por cotidianas y comprensibles para todos. Éste es el
caso de una enfermedad con la que todos hemos estado familiarizados de un modo u
otro: la diarrea. Pero, ¿sabías que casi un millón de niños menores de cinco
años muere cada año debido a las diarreas?
Aunque
pueda parecerte sorprendente, ya que cuando nosotros la hemos sufrido de
pequeños ha sido casi siempre un hecho anecdótico, la diarrea es la segunda causa más importante de mortalidad
infantil, únicamente precedida por la neumonía. Esta infección
gastrointestinal no se encuentra restringida a los países más pobres, como los
de África o Latinoamérica. Lo que sí es cierto es que en éstos se presenta con
mayor frecuencia y es más grave, por las condiciones insalubres y la falta de
recursos. Así, la diarrea también la encontramos en países más desarrollados,
como el nuestro, provocando también una elevada tasa de absentismo laboral. Ésta
última diarrea es causada principalmente por intoxicaciones alimentarias (Salmonella, por ejemplo). Y también nos afectan las conocidas
diarreas de viajeros.
La
diarrea del viajero produce 10 millones
de casos al año y es causada, en la mayor parte de las ocasiones, por Escherichia coli, una bacteria que
pertenece a la microbiota “sana”. Aunque normalmente no es patogénica, existen
seis subtipos de esta bacteria que “se han pasado al lado oscuro” y sí producen la
desastrosa diarrea. Dentro de estos seis tipos, el más común, pero no por ello
el más grave, es E. coli enterotoxigénica (ETEC).
Esta
bacteria se pega a las células de nuestro intestino, modificando su superficie
y formando su propio pedestal. De esta forma no es expulsada del organismo, y
puede dividirse y formar microcolonias. Su crecimiento hace desaparecer las
microvellosidades intestinales y no permite la absorción de alimentos. La
diarrea del viajero se produce, normalmente, tras ingerir comida o agua
contaminada con restos fecales cuando se viaja a países en vías de desarrollo. Por el contrario, este agua o comida no causa grandes problemas en la población local,
ya que han desarrollado inmunidad
ante estos patógenos por la continuada exposición a ellos. Nuestro sistema
inmune, sin embargo, al encontrarse por primera vez con estos nuevos patógenos,
no es capaz de hacerles frente y se produce la fatídica diarrea. No solamente
se produce al viajar a países menos desarrollados, sino también, aunque con
menos frecuencia, cuando simplemente viajamos fuera de nuestra ciudad y nos
encontramos un agua diferente, impregnada con unos patógenos parecidos, pero no
idénticos a los que estamos acostumbrados.
Por
eso, si viajas a otro país en el que no haya un control tan riguroso en la
calidad del agua, intenta beber únicamente agua embotellada y evita los puestos
de comida callejera. Recuerda: tu sistema inmunológico no se encuentra
familiarizado con los nuevos patógenos de tu destino.
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