Por Leticia Lucero López
¿Sabías que existe un
animal capaz de soportar condiciones tan extremas como el vacío absoluto del
espacio exterior, las temperaturas abrasadoras del interior de un volcán, la intensa
frialdad en la cumbre del Everest o las altísimas presiones presentes en las
fosas oceánicas? Se trata del Tardígrado, comúnmente llamado “osito de agua”
pues este animal tiene ocho patas articuladas que mueve como si de un oso se
tratase.
Siendo primo hermano de
los artrópodos, este animal tiene de 0,1 a 1,5 mm de tamaño y habitualmente
habita en musgos, líquenes y lugares acuáticos. Sin embargo, puede soportar
condiciones de vacío, de intensas radiaciones como los rayos gamma o
ultravioleta, y rangos de temperatura que abarcan desde el cero absoluto
(-273ºC) hasta los 150ºC. Todo ello lo consigue gracias a un mecanismo evolutivo
llamado criptobiosis.
La criptobiosis consiste
en la ralentización del metabolismo hasta casi la muerte. En dicho estado, el
animal cede toda el agua presente en su organismo al exterior, deshidratándose
y, como consecuencia, encogiéndose. Esta condición le permite aguantar
condiciones de ausencia de oxígeno, de agua, de baja o alta salinidad y
radiaciones fortísimas, todas ellas condiciones que, en su conjunto, ningún
otro animal conocido es capaz de soportar.
Y, ¿en qué nos influye a
nosotros todo esto? El hecho de descubrir los mecanismos moleculares que llevan
a este animal a resistir dichas condiciones nos puede llegar a ser de enorme
utilidad en diversas aplicaciones biomédicas, tales como la creación de vacunas
secas, que al no requerir agua pueden ser conservadas a temperatura ambiente y,
así, permitir su transporte a lugares lejanos o con pocos medios. También puede
ser útil el poder extrapolar la capacidad que tiene este animal de conservar
los tejidos intactos al campo de los trasplantes, de manera que se puedan
conservar fuera del organismo en las mejores condiciones posibles durante el
tiempo que sea necesario. Otro punto es su capacidad de reparar de manera
altamente precisa las roturas en el ADN, lo cual genera un campo de estudio en
las investigaciones sobre tratamientos frente al cáncer y el envejecimiento.
Por último, fuera del campo de la biomedicina, el estudio de estos diminutos
animales podría ayudar a probar la teoría de la Panspermia, que formula la
hipótesis de que los organismos terrestres vinieron alojados en meteoritos que
cayeron sobre la Tierra, donde finalmente iniciaron su vida tras pasar por un previo
estado de criptobiosis.
De nuevo y como ya
mencioné en mi entrada “Ciencia
básica vs. aplicada: Una batalla de titanes”, resulta asombroso como algo
tan insignificante puede llegar a ayudar a la consecución de hitos tan importantes.
¿Tú qué opinas?