martes, 5 de septiembre de 2017

Porque la realidad siempre supera a la ficción: Genética forense.

Por Elena Rosa Núñez

Es fascinante ver la facilidad con la que, en las películas, los detectives encuentran infinidad de muestras de ADN en la escena del crimen. Estas muestras son llevadas al forense, quien, tras analizarlas en un período de tiempo realmente corto, es capaz de decir cuál de todos los sospechosos es el asesino.

Pero la realidad, si te paras a pensar un momento, es que es poco probable que al ladrón se le hayan caído 3 pelos de la cabeza con la raíz intacta; o que tirara su chicle repletito de saliva en la papelera; o que se hiciera un corte en el dedo dejando tras él un rastro de sangre. En la vida real es mucho más difícil encontrar muestras de ADN y, si se encuentra, muchas veces éste se encuentra en malas condiciones.
La genética forense es una ciencia que hace posible, mediante el estudio del ADN, la identificación de los responsables de un asesinato o un robo. Pero no engloba únicamente aspectos criminales, sino que también permite identificar restos humanos tras una catástrofe natural o una guerra, así como determinar relaciones de parentesco desconocidas hasta el momento. Sin embargo, una gran diferencia entre la genética forense y otras ciencias, tales como la biología molecular o microbiología, es que se encuentra englobada dentro del ámbito judicial. Es decir, esta prueba genética no es concluyente por sí misma, ya que solo confirma que el sospechoso se encontraba en el lugar de los hechos, no que haya cometido el delito. Por eso, son necesarias otras pruebas como las toxicológicas o la presencia de testigos y, además, es el tribunal quien finalmente decide la culpabilidad o inocencia del acusado.


En la mayoría de los casos la cantidad de ADN encontrada es muy pequeña. No obstante, gracias a la técnica de la PCR (Reacción en Cadena de la Polimerasa), es posible amplificar regiones del ADN. Esta técnica funcionaría como una superfotocopiadora realmente eficiente, pues en cada paso, además de fotocopiar el folio que quisiéramos, también se duplicaría ella misma. Así, tendríamos dos fotocopiadoras funcionando, que en el siguiente paso serían cuatro y así de forma exponencial.
Una vez que “el equipo de fotocopiadoras” ha terminado su función, es posible conseguir el perfil genético. La posibilidad de que otro individuo comparta el mismo perfil genético, tras analizar un número considerable de marcadores, es muy remota, ínfima. Sin embargo, esta alta sensibilidad trae consigo un fatídico inconveniente: la posibilidad de contaminación del ADN. Por este motivo, en la base de datos, también aparece el perfil de los propios policías y de los investigadores.
Una vez que se ha amplificado la muestra de ADN encontrado, que con suerte no está contaminada, es posible obtener el perfil genético de la persona a la que pertenece. Pero, por desgracia, si no se tienen testigos ni sospechosos con los que comparar dicho perfil genético, en sí mismo no vale nada y no sirve como prueba.

Por eso, cuando estés en casa viendo tu serie policíaca favorita piensa que las cosas no son tan fáciles como parecen y que el ADN, aun siendo la molécula que nos define, no siempre es capaz de contarnos toda la verdad sobre lo que ha ocurrido y que nos encantaría conocer. 

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