Por Elena Rosa Núñez
Es fascinante
ver la facilidad con la que, en las películas, los detectives encuentran
infinidad de muestras de ADN en la escena del crimen. Estas muestras son llevadas
al forense, quien, tras analizarlas en un período de tiempo realmente corto, es
capaz de decir cuál de todos los sospechosos es el asesino.
Pero la realidad,
si te paras a pensar un momento, es que es poco probable que al ladrón se le
hayan caído 3 pelos de la cabeza con la raíz intacta; o que tirara su chicle
repletito de saliva en la papelera; o que se hiciera un corte en el dedo
dejando tras él un rastro de sangre. En la vida real es mucho más difícil
encontrar muestras de ADN y, si se encuentra, muchas veces éste se encuentra en
malas condiciones.
La genética forense es una ciencia que
hace posible, mediante el estudio del ADN, la identificación de los responsables
de un asesinato o un robo. Pero no engloba únicamente aspectos criminales, sino
que también permite identificar restos humanos tras una catástrofe natural o
una guerra, así como determinar relaciones de parentesco desconocidas hasta el
momento. Sin embargo, una gran diferencia entre la genética forense y otras
ciencias, tales como la biología molecular o microbiología, es que se encuentra
englobada dentro del ámbito judicial.
Es decir, esta prueba genética no es concluyente por sí misma, ya que solo confirma que el sospechoso se
encontraba en el lugar de los hechos, no que haya cometido el delito. Por
eso, son necesarias otras pruebas como las toxicológicas o la presencia de
testigos y, además, es el tribunal quien finalmente decide la culpabilidad o inocencia
del acusado.
En la mayoría de
los casos la cantidad de ADN encontrada es muy pequeña. No obstante, gracias a
la técnica de la PCR (Reacción en
Cadena de la Polimerasa), es posible amplificar regiones del ADN. Esta técnica
funcionaría como una superfotocopiadora realmente eficiente, pues en cada paso,
además de fotocopiar el folio que quisiéramos, también se duplicaría ella
misma. Así, tendríamos dos fotocopiadoras funcionando, que en el siguiente paso
serían cuatro y así de forma exponencial.
Una vez que “el
equipo de fotocopiadoras” ha terminado su función, es posible conseguir el perfil genético. La posibilidad de que
otro individuo comparta el mismo perfil genético, tras analizar un número
considerable de marcadores, es muy remota, ínfima. Sin embargo, esta alta
sensibilidad trae consigo un fatídico inconveniente: la posibilidad de contaminación del ADN. Por este motivo,
en la base de datos, también aparece el perfil de los propios policías y de los
investigadores.
Una
vez que se ha amplificado la muestra de ADN encontrado, que con suerte no está
contaminada, es posible obtener el perfil genético de la persona a la que
pertenece. Pero, por desgracia, si no se tienen testigos ni sospechosos con los
que comparar dicho perfil genético, en sí mismo no vale nada y no sirve como
prueba.
Por
eso, cuando estés en casa viendo tu serie policíaca favorita piensa que las
cosas no son tan fáciles como parecen y que el ADN, aun siendo la molécula que
nos define, no siempre es capaz de contarnos toda la verdad sobre lo que ha
ocurrido y que nos encantaría conocer.
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