viernes, 8 de septiembre de 2017

Un paso más en la lucha contra la malaria.

Por Irene Aranda Pardos

La lucha contra la malaria es, sin duda, una carrera de fondo con todavía muchos frentes abiertos. Para entender mejor cómo los nuevos avances pueden ayudar en el futuro a combatir esta enfermedad, es necesario conocer algunos datos de los que, probablemente, no somos conscientes. La malaria, también conocida como paludismo, es una enfermedad parasitaria producida por la transmisión de Plasmodium por parte de mosquitos anopheles portadores del mismo. Plasmodium infecta células sanguíneas (eritrocitos) y hepáticas (hepatocitos), pudiendo llegar a ser letal. De hecho, cuesta la vida a más de 400.000 personas al año, el 92% de ellas en África. Gracias a las medidas de prevención y control se está ya produciendo una reducción de las tasas de mortalidad en todo el mundo desde 2010. Pero la lucha no termina aquí, la batalla continua.


Los niños menores de 5 años, pertenecientes a las zonas endémicas, son los mayormente expuestos a contraer la enfermedad, con una mortalidad muy elevada. Por ello, la búsqueda de una vacuna no ha cesado en los últimos años, pudiendose haber encontrado, por fin, algo de luz. La Organización Mundial de la Salud comunicó hace tan solo unas semanas que una vacuna contra la malaria será probada en tres países africanos (Ghana, Kenia y Malawi). Se prevé la inoculación de casi 400.000 niños, de entre 5 y 17 meses, entre los años 2018 y 2020. Se trata tan solo de un programa piloto tras el éxito de los ensayos realizados en los últimos años, pero es sin duda una buena oportunidad para evaluar su efectividad y viabilidad en poblaciones en riesgo.


Esta vacuna, RTS.S, proveería una protección parcial a todos aquellos niños, siendo suplementada con los métodos de prevención y tratamiento actualmente usados, como son las mosquiteras o los antipalúdicos, ayudando así a que disminuyan las infecciones producidas fundamentalmente por Plasmodium falciparum, el parásito más mortal globalmente y el más extendido en África.


¿Conseguirá esta vacuna, por tanto, ganarle la batalla a esta terrible enfermedad? Desgraciadamente, es algo que se escapa a nuestro conocimiento, pero sí que se trata de una oportunidad muy esperanzadora para todas aquellas personas que conviven con ella y que ven cómo acaba con vidas de personas.  Aún le queda mucho camino por recorrer, pero esperemos que, en unos pocos años, podamos escribir un título diferente para esta entrada; uno que incluya que se ha llegado al “fin de la lucha”.

martes, 5 de septiembre de 2017

Porque la realidad siempre supera a la ficción: Genética forense.

Por Elena Rosa Núñez

Es fascinante ver la facilidad con la que, en las películas, los detectives encuentran infinidad de muestras de ADN en la escena del crimen. Estas muestras son llevadas al forense, quien, tras analizarlas en un período de tiempo realmente corto, es capaz de decir cuál de todos los sospechosos es el asesino.

Pero la realidad, si te paras a pensar un momento, es que es poco probable que al ladrón se le hayan caído 3 pelos de la cabeza con la raíz intacta; o que tirara su chicle repletito de saliva en la papelera; o que se hiciera un corte en el dedo dejando tras él un rastro de sangre. En la vida real es mucho más difícil encontrar muestras de ADN y, si se encuentra, muchas veces éste se encuentra en malas condiciones.
La genética forense es una ciencia que hace posible, mediante el estudio del ADN, la identificación de los responsables de un asesinato o un robo. Pero no engloba únicamente aspectos criminales, sino que también permite identificar restos humanos tras una catástrofe natural o una guerra, así como determinar relaciones de parentesco desconocidas hasta el momento. Sin embargo, una gran diferencia entre la genética forense y otras ciencias, tales como la biología molecular o microbiología, es que se encuentra englobada dentro del ámbito judicial. Es decir, esta prueba genética no es concluyente por sí misma, ya que solo confirma que el sospechoso se encontraba en el lugar de los hechos, no que haya cometido el delito. Por eso, son necesarias otras pruebas como las toxicológicas o la presencia de testigos y, además, es el tribunal quien finalmente decide la culpabilidad o inocencia del acusado.


En la mayoría de los casos la cantidad de ADN encontrada es muy pequeña. No obstante, gracias a la técnica de la PCR (Reacción en Cadena de la Polimerasa), es posible amplificar regiones del ADN. Esta técnica funcionaría como una superfotocopiadora realmente eficiente, pues en cada paso, además de fotocopiar el folio que quisiéramos, también se duplicaría ella misma. Así, tendríamos dos fotocopiadoras funcionando, que en el siguiente paso serían cuatro y así de forma exponencial.
Una vez que “el equipo de fotocopiadoras” ha terminado su función, es posible conseguir el perfil genético. La posibilidad de que otro individuo comparta el mismo perfil genético, tras analizar un número considerable de marcadores, es muy remota, ínfima. Sin embargo, esta alta sensibilidad trae consigo un fatídico inconveniente: la posibilidad de contaminación del ADN. Por este motivo, en la base de datos, también aparece el perfil de los propios policías y de los investigadores.
Una vez que se ha amplificado la muestra de ADN encontrado, que con suerte no está contaminada, es posible obtener el perfil genético de la persona a la que pertenece. Pero, por desgracia, si no se tienen testigos ni sospechosos con los que comparar dicho perfil genético, en sí mismo no vale nada y no sirve como prueba.

Por eso, cuando estés en casa viendo tu serie policíaca favorita piensa que las cosas no son tan fáciles como parecen y que el ADN, aun siendo la molécula que nos define, no siempre es capaz de contarnos toda la verdad sobre lo que ha ocurrido y que nos encantaría conocer. 

lunes, 4 de septiembre de 2017

El sueño de Popeye.

Por Pablo Iturbe Sanz

¿Quién no ha visto alguna vez los dibujos animados de aquel valiente marinero llamado Popeye? Nos puede pillar un poco más lejos por la edad (ya seamos más jóvenes o más mayores), pero seguro que a todos nos suena de dónde sacaba su prodigiosa fuerza este peculiar personaje: de las espinacas. Pues bien, científicos de la Universidad de Wisconsin-Madison y de la Universidad del Estado de Arkansas (Estados Unidos) se han tomado muy en serio este poder de las espinacas. Han conseguido convertir hojas de esta planta en un tejido muy similar al tejido cardiaco (¡incluso han conseguido que lata!).

Fuente de la imagen 1 y 2


En la actualidad, la demanda de órganos y tejidos para trasplantes es muy superior a la disponibilidad de estos. Hay más de 100.000 pacientes en la lista para trasplantes en Estados Unidos (y 4.500 en España). Se calcula que 22 de estas personas mueren al día por no haber recibido un órgano. Uno de los campos en medicina que ha experimentado un mayor desarrollo para poder cubrir este problema ha sido la ingeniería de tejidos. Gracias a ella se han conseguido crear en el laboratorio prototipos de órganos, que pueden ser funcionales en pacientes que necesitan un trasplante. Aun así, estos avances todavía no se han podido llevar a cabo a un nivel clínico. Todavía no se ha conseguido crear una red vascular artificial para poder nutrir y dar oxígeno a las células que forman este órgano artificial. Solamente se han conseguido crear órganos muy simples y pequeños (como es el caso de la oreja creada a partir de tejido animal por científicos del Hospital de Massachusetts: http://www.bbc.com/mundo/noticias). Pero gracias al avance conseguido con las hojas de espinaca este problema puede ser superado.
El sistema vascular en los mamíferos se caracteriza por estar compuesto por una complicada red de “tuberías”, que se encargan de llevar los nutrientes y el oxígeno a todas las células del cuerpo. Está compuesto por venas, vénulas, arterias, arteriolas y capilares. Las plantas también tienen un sistema vascular para transportar nutrientes, que se compone de floema y xilema. Como ya se ha mencionado, el sistema vascular humano es muy difícil de reproducir, pero estos investigadores creen que han dado con la solución. Han observado que los sistemas vasculares de plantas y mamíferos tienen grandes similitudes. Aprovechándose de esto han creado un sistema vascular sencillo con las hojas de espinaca. Para ello, lo primero que hicieron fue eliminar todas las células de la hoja con un potente detergente. Así, se quedaron solo con una estructura translúcida que está compuesta de celulosa (que no produce rechazo en los humanos).


Después cultivaron células musculares cardiacas en su interior y comprobaron que éstas eran capaces de latir y sobrevivir hasta tres semanas. Para comprobar si la circulación de glóbulos rojos por el interior de estos conductos era viable, diseñaron unas microesferas que los emulaban. Y, efectivamente, fueron capaces de fluir por la estructura de celulosa.


El siguiente paso es comprobar que estas estructuras pueden ser utilizadas en trasplantes y que no producen ningún rechazo por parte del paciente. Aun así, con estos prometedores resultados, los investigadores son muy optimistas. Ya se han empezado a estudiar otras posibilidades para obtener diferentes tejidos (como por ejemplo el brócoli, para emular el tejido esponjoso pulmonar). Así, parece ser que las plantas nos ofrecen algo más que alimento, bienestar y una fuente de oxígeno… ¡puede que lleguen a salvar la vida a números pacientes!

Entrada basada en este artículo y vídeo explicativo