jueves, 10 de agosto de 2017

Ciencia básica vs. aplicada: Una batalla de titanes.

Por Leticia Lucero López

¿Qué impulso movía al ser humano cuando se acercó por primera vez 
a los rescoldos de un incendio?: ¿La curiosidad o la utilidad? 
¿Qué se preguntaba?: ¿Qué es eso? o ¿para qué sirve?

Si te preguntases sobre tu grado de satisfacción con los avances científico-tecnológicos de los que disponemos a día de hoy, muy probablemente responderías que es alto. Teléfonos móviles, equipos biomédicos como la resonancia magnética nuclear, medicamentos, televisores, ordenadores…, todos ellos son fruto de la ciencia aplicada y nos han facilitado y, en algunos casos mejorado, la vida. Sin embargo, la actual necesidad de obtención de resultados prácticos inmediatos hace que la investigación “básica” quede en segundo plano.

Lección de anatomía del Dr. Nicolaes Tulp. Rembrandt Van Rijn (1632)

Muchos de los descubrimientos que preceden a la tecnología actual derivan del conocimiento que empezó a gestarse por sabios como Aristóteles, Hipatia de Alejandría, Tales de Mileto, Arquímedes, Descartes, Faraday, Einstein, Rutherford, Galileo, Copérnico, Fleming, Hooke, Marie Curie, Cajal y un larguísimo etcétera. Pensadores e investigadores que buscaban el conocimiento, sin una necesidad más allá de sosegar la inquietud por el entendimiento del mundo que nos rodea. Y puede que esto, extrapolado al mundo actual, suene a pérdida de tiempo y dinero. Sin embargo, lo que muchos no comprenden es que sin los avances previos de innumerables investigadores “básicos”, la ciencia que hoy conocemos como aplicada no habría sido posible. Es algo así como si intentásemos fabricar una bicicleta sin tener los radios, la cadena, los piñones, las ruedas o el manillar; sencillamente imposible.
Hace algunas semanas tuve el placer de charlar con Francisco Mojica, descubridor del ahora mundialmente conocido sistema CRISPR-Cas9 de edición génica. Él contaba que se topó con este hallazgo estudiando los mecanismos de adaptación a condiciones de alta salinidad en unos microorganismos presentes en las salinas de Santa Pola (Alicante). ¿Quién nos iba a decir que algo tan remoto podría llegar a ser la cura de numerosas enfermedades de base genética? ¿O que puede suponer un mecanismo de mejora agrícola y ganadera, entre otras aplicaciones industriales de alto valor económico? Indudablemente puede llegar a ser “la panacea”.

Desgraciadamente la investigación “básica” no encaja en el marco de pensamiento utilitarista de muchas de las fuentes de inversión de capital, incluyendo las públicas, posiblemente por desconocimiento. Por ello en la mano de las personas dedicadas a la ciencia queda la labor de hacerle llegar a la sociedad el entendimiento sobre el verdadero modo de obrar en ciencia, culminando con la comprensión fundamental de que la obtención de aplicaciones se obtiene con tiempo, dedicación y herramientas basadas en conocimientos elementales previos.

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