jueves, 24 de agosto de 2017

¿Podremos crear vida en el laboratorio?

Por Adrián Merino Salomón

Los humanos siempre hemos soñado con crear vida en los laboratorios; de hecho, este deseo ya ha sido plasmado varias veces en obras de ficción. Podemos encontrarnos con él desde el Frankenstein de Mary Shelley hasta el Yo robot de Isaac Asimov, por mencionar algunos de los más conocidos. Sin embargo, la creación de vida ya no es algo totalmente descabellado aunque, obviamente, muy alejado de las versiones de la ciencia-ficción.
Explicado de manera sencilla, las células están formadas por diferentes piezas que, mediante interacciones y formación de sistemas complejos, son capaces de dar lugar a lo que conocemos como organismos vivos. Por ello, para generar vida desde cero es necesario, primero, conocer la función de cada una de las piezas básicas de las células para, después, poder rediseñarlas y generar un organismo vivo nuevo. Las áreas del conocimiento implicadas en este ámbito de investigación son la biología sintética, así como la ingeniería genética. Para dicha investigación se están llevando a cabo dos enfoques científicos opuestos, pero con al mismo objetivo común: la comprensión de los mecanismos básicos de las células para poder generar vida artificial con funciones “a la carta”. Se espera que los resultados tengan enormes implicaciones, tanto científicas como industriales.
Ámbito de estudio de la biología sintética mostrando sus dos enfoques principales:
 “de abajo a arriba” (Botton-up)  y “de arriba a abajo” (Top-Down). Fuente de la imagen.

El primero de los enfoques, que se denomina “de abajo a arriba” (Botton-up), se basa en el conocimiento de las interacciones y materiales mínimos necesarios para el mantenimiento de las células. En definitiva, consiste en la obtención de células simples a partir de la unión de sus piezas básicas; algo así como “montar” células desde 0. Por el contrario, el segundo enfoque, que se denomina “de arriba abajo” (Top-down), se centra en la eliminación de las piezas repetidas o que no son esenciales, para así descubrir qué partes son las mínimas necesarias; sería como “desmontar” la célula para aprender a crear células nuevas. Dentro de este enfoque, en el año 2010 se consiguió crear una bacteria funcional con un genoma totalmente artificial, en sustitución del suyo propio, con únicamente los genes mínimos necesarios. Posteriormente se ha conseguido reducir aún más el número de genes, hasta 476 genes esenciales, algunos con función desconocida. Este hecho supuso un gran avance, aunque no es estrictamente vida artificial, pues la bacteria ya existía, y solo su nuevo ADN era artificial.
Obtener el conocimiento y la capacidad de generar organismos nuevos, con nuevas características aun inexistentes, abriría un gran abanico de posibilidades industriales. Aunque no solo eso, también supondría un gran avance en el conocimiento sobre el origen de la vida, posiblemente uno de las incógnitas más interesantes de la ciencia. Sin embargo, aún estamos muy lejos de conocer todas las interacciones y componentes necesarios que intervienen en los procesos celulares más básicos.

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