Por Adrián Merino Salomón
Los humanos siempre hemos soñado
con crear vida en los laboratorios; de hecho, este deseo ya ha sido plasmado varias
veces en obras de ficción. Podemos encontrarnos con él desde el Frankenstein de Mary Shelley hasta el Yo robot de Isaac Asimov, por mencionar
algunos de los más conocidos. Sin embargo, la
creación de vida ya no es algo totalmente descabellado aunque, obviamente, muy
alejado de las versiones de la ciencia-ficción.
Explicado de manera sencilla, las
células están formadas por diferentes piezas que, mediante interacciones y formación
de sistemas complejos, son capaces de dar lugar a lo que conocemos como
organismos vivos. Por ello, para generar vida desde cero es necesario, primero,
conocer la función de cada una de las piezas básicas de las células para,
después, poder rediseñarlas y generar un organismo vivo nuevo. Las áreas del
conocimiento implicadas en este ámbito de investigación son la biología sintética, así como la ingeniería genética. Para dicha
investigación se están llevando a cabo dos enfoques científicos opuestos, pero
con al mismo objetivo común: la comprensión
de los mecanismos básicos de las células para poder generar vida artificial con
funciones “a la carta”. Se espera que los resultados tengan enormes implicaciones,
tanto científicas como industriales.
Ámbito de
estudio de la biología sintética mostrando sus dos enfoques principales:
“de
abajo a arriba” (Botton-up) y “de arriba
a abajo” (Top-Down). Fuente de la imagen.
El primero de los enfoques, que se
denomina “de abajo a arriba”
(Botton-up), se basa en el conocimiento de las interacciones y materiales
mínimos necesarios para el mantenimiento de las células. En definitiva, consiste
en la obtención de células simples a
partir de la unión de sus piezas básicas; algo así como “montar” células desde 0. Por el contrario, el
segundo enfoque, que se denomina “de
arriba abajo” (Top-down), se centra en la eliminación de las piezas repetidas o que no son esenciales, para así
descubrir qué partes son las mínimas necesarias; sería como “desmontar” la
célula para aprender a crear células nuevas. Dentro de este enfoque, en el año 2010
se consiguió crear una bacteria funcional con un genoma totalmente artificial,
en sustitución del suyo propio, con únicamente los genes mínimos necesarios. Posteriormente
se ha conseguido reducir aún más el número de genes, hasta 476 genes esenciales,
algunos con función desconocida. Este hecho supuso un gran avance, aunque no es
estrictamente vida artificial, pues la bacteria ya existía, y solo su nuevo ADN
era artificial.
Obtener el conocimiento y la capacidad de generar organismos nuevos, con
nuevas características aun inexistentes, abriría un gran abanico de
posibilidades industriales. Aunque
no solo eso, también supondría un gran
avance en el conocimiento sobre el origen de la vida, posiblemente uno de
las incógnitas más interesantes de la ciencia. Sin embargo, aún estamos muy
lejos de conocer todas las interacciones y componentes necesarios que
intervienen en los procesos celulares más básicos.