Por Leticia Lucero López
¿Qué
impulso movía al ser humano cuando se acercó por primera vez
a los rescoldos de
un incendio?: ¿La curiosidad o la utilidad?
¿Qué se preguntaba?: ¿Qué es eso? o
¿para qué sirve?
Si te preguntases sobre tu
grado de satisfacción con los avances científico-tecnológicos de los que disponemos
a día de hoy, muy probablemente responderías que es alto. Teléfonos móviles, equipos
biomédicos como la resonancia magnética nuclear, medicamentos, televisores,
ordenadores…, todos ellos son fruto de la ciencia aplicada y nos han facilitado
y, en algunos casos mejorado, la vida. Sin embargo, la actual necesidad de obtención
de resultados prácticos inmediatos hace que la investigación “básica” quede en segundo
plano.
Lección de
anatomía del Dr. Nicolaes Tulp. Rembrandt Van Rijn (1632)
Muchos de los descubrimientos
que preceden a la tecnología actual derivan del conocimiento que empezó a
gestarse por sabios como Aristóteles, Hipatia de Alejandría, Tales de Mileto, Arquímedes,
Descartes, Faraday, Einstein, Rutherford, Galileo, Copérnico, Fleming, Hooke, Marie
Curie, Cajal y un larguísimo etcétera. Pensadores e investigadores que buscaban
el conocimiento, sin una necesidad más allá de sosegar la inquietud por el entendimiento
del mundo que nos rodea. Y puede que esto, extrapolado al mundo actual, suene a
pérdida de tiempo y dinero. Sin embargo, lo que muchos no comprenden es que sin
los avances previos de innumerables investigadores “básicos”, la ciencia que
hoy conocemos como aplicada no habría sido posible. Es algo así como si
intentásemos fabricar una bicicleta sin tener los radios, la cadena, los
piñones, las ruedas o el manillar; sencillamente imposible.
Hace algunas semanas tuve el
placer de charlar con Francisco Mojica, descubridor del ahora mundialmente
conocido sistema CRISPR-Cas9 de edición génica. Él contaba que se topó con este
hallazgo estudiando los mecanismos de adaptación a condiciones de alta
salinidad en unos microorganismos presentes en las salinas de Santa Pola
(Alicante). ¿Quién nos iba a decir que algo tan remoto podría llegar a ser la cura de numerosas enfermedades de base
genética? ¿O que puede suponer un mecanismo de mejora agrícola y ganadera,
entre otras aplicaciones industriales de alto valor económico? Indudablemente
puede llegar a ser “la panacea”.
Desgraciadamente la
investigación “básica” no encaja en el marco de pensamiento utilitarista de
muchas de las fuentes de inversión de capital, incluyendo las públicas,
posiblemente por desconocimiento. Por ello en la mano de las personas dedicadas
a la ciencia queda la labor de hacerle llegar a la sociedad el entendimiento
sobre el verdadero modo de obrar en ciencia, culminando con la comprensión fundamental
de que la obtención de aplicaciones se obtiene con tiempo, dedicación y
herramientas basadas en conocimientos elementales previos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario